Muchos niños no han dormido nunca bajo las estrellas.
Lo dijo Pilar Vergés, con su abuelez sabia y me caló en el cuerpo y ahí se quedó, habitando con su negrura iluminada.
La imagen de niños echados sobre la tierra, abiertos, mirando el cielo, ocupando un terreno ilimitado, el de la Niñez.
Mirar el cielo, llevar los ojos por esos caminitos eternos, todas las preguntas que vienen suaves, de a una, como caricias, y todas las respuestas que susurran al oído… veremos, veremos, después lo sabremos.
Luego llega el sueño, claro, y el viaje a las estrellas o quién sabe a dónde.
En algún lugar nos perdimos y no fue en el cielo.
En algún lugar nos perdimos, y los niños, con nosotros.
Aquel territorio de momentos salvajes y silvestres se fue extinguiendo y dio lugar a una niñez pautada, higienizada, normatizada.
Porque alguna vez hubo niñeces que se embarraban, escarbaban, hurgaban, trepaban, husmeaban y se arrojaban al acantilado de la fantasía.
Heike Freire lo dice clarito:
“La niñez vive en la Biofobia que es la cultura de ‘no toques eso que te vas a manchar’, ‘no te subas al árbol que te vas a caer’, ‘no toques ese bicho, te podés enfermar’, ‘abrigate, te vas a resfriar’. Es la cultura del miedo y el control en la que todos vivimos”.
Tomar esa liana y animarnos al viaje aéreo e indómito que nos propone la naturaleza nos llevará a un mejor sitio.
Entregar nuestro peso a ese vértigo y confiar.
Misterioso.
Misterioso que tengamos que construir confianza para entregarnos a esa selva y vivamos como pez en el agua en la otra, en la de cemento. Y en ella nos movamos tan aptos entre lianas mecánicas y férreas.
Ya sé, fue la vida y la adaptación, y acá estamos, bien jodidos.
“El sistema que se ha creado alrededor de nuestra vida te enferma.
Estamos muy lejos de la naturaleza.
Nos olvidamos de dónde viene la comida, no sabemos ni cómo viene el agua a nuestras casas.
Es un momento muy delicado, de olvidar dónde estamos viviendo, cuál es nuestro planeta, nuestra casa (…) Y convertirlo todo en ficción (….) La realidad y lo que no es realidad está muy confundido. Estás mirando una pantalla, tienes un millón de amigos, apartas la pantalla y no hay nadie. Hay una ilusión dentro de este sueño de vida tecnológico que estamos viviendo; una ilusión más.
La única cosa que hay que hacer es volver, otra vez, a la tierra.”
Pilar Vergés lo dice diáfano, como el agua de un arroyo de montaña.
Esta carencia de verde libertad se aumenta porque las niñeces de hoy en día viven en un exceso de horarios y reglas, evaluaciones y críticas, pantallas y exigencias, troqueles a cumplir para tener un futuro.
Muy solos.
Demasiado acompañados.
Si solo frotáramos un poco su corazón, como la lámpara maravillosa que es, brotarían mil estrellas, esas, las de la noche boca arriba.
Claro que hay infancias más agrestes, por suerte, donde la naturaleza está ahí, íntima. Niñeces no urbanas, con tierra, agua, piedras.
Sin embargo, en muchos de estos niños, falta cuidar necesidades básicas para su desarrollo y educación.
O so sobra o fa falta….diría mi papá.
Solo nos queda volver al camino que perdimos, con los niños de la mano. Ellos caminarán más seguros que nosotros, conocen el sendero, su dulce ADN los guía.
Disponer patios verdes, vivos, en las escuelas; espacios públicos de huerta en la ciudad, plazas con menos cemento, armar nidos en el balcón para los pájaros, aulas al aire libre con libros y plantas, escuelas, donde además de enseñar a cuidar la ortografía, se enseñe a cuidar la vida en todas sus formas, empezando por la del niño; ir a la costa del río a comer y dormir la siesta, ensuciarte, ensuciarnos, que se ensucien.
Cuidar el humus de su autoestima.
Y una noche, acostate con ellos a mirar las estrellas.
Y si te animás, duerman abrazados.
*Cada vez que uso el vocablo niño, lo hago en ese género, pero en esa expresión reúno, con mi intención más profunda, a todos los niños, niñas y niñes.(Raquel Olguin)
**Para el Portal Dejamelo Pensar. Directora Sandra Russo.