Las cosas por su nombre
El fenómeno electoral encarnado en Javier MIlei ha sorprendido a la Argentina. Al grito de ¡Viva la Libertad, carajo! este economista ultraconservador -que se reconoce liberal- ha logrado captar la voluntad de los votantes quienes lo convirtieron en el precandidato más elegido este domingo, en las PASO. Lejos de especulaciones y elucubraciones electorales, este texto está orientado a reivindicar el origen de los conceptos liberal y libertario, hoy tomados tan a la ligera.
Por Gustavo Porfiri
El 4 de agosto de 1789, en Francia, se hallaba reunida la Asamblea de la Revolución Francesa. Los asambleístas habían jurado, en el Juego de la Pelota, no separarse antes de dejar al país regido por una nueva constitución. Cumplieron su promesa: cuando se levantó la sesión, habían transformado las instituciones de su época. A partir de esa jornada, Francia era otro país.
Las principales conquistas de quienes vencieron al feudalismo, a los prejuicios y a la tiranía, fueron la abolición de la servidumbre, la abolición de la “mano muerta” (propiedades intocables), la abolición de los derechos señoriales, la supresión de los derechos exclusivos, la abolición de todos los privilegios individuales, la igualdad de impuestos, la admisión de todos los ciudadanos a los empleos civiles y militares, el establecimiento de la justicia gratuita y la supresión de la venalidad de los oficios.
Luego vino la declaración de los Derechos del Hombre, ocurrida el día 26 de agosto de 1789. Decía: “Los representantes del pueblo francés, que han formado una Asamblea Nacional, considerando que la ignorancia, la negligencia o el desprecio de los derechos humanos son las únicas causas de calamidades públicas y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer en una declaración solemne estos derechos naturales, imprescriptibles e inalienables; para que, estando esta declaración continuamente presente en la mente de los miembros de la corporación social, puedan mostrarse siempre atentos a sus derechos y a sus deberes; para que los actos de los poderes legislativo y ejecutivo del gobierno, pudiendo ser confrontados en todo momento para los fines de las instituciones políticas, puedan ser más respetados, y también para que las aspiraciones futuras de los ciudadanos, al ser dirigidas por principios sencillos e incontestables, puedan tender siempre a mantener la Constitución y la felicidad general. Por estas razones, la Asamblea Nacional, en presencia del Ser Supremo y con la esperanza de su bendición y favor, reconoce y declara los siguientes sagrados derechos del hombre y del ciudadano”. En su primer articulo declaraba que “Los hombres han nacido, y continúan siendo, libres e iguales en cuanto a sus derechos. Por lo tanto, las distinciones civiles sólo podrán fundarse en la utilidad pública”.
Esta es la génesis del liberalismo. Ese ideario revolucionario que está reflejado en la obra de teatro “Mariana Pineda”, escrita por el poeta y dramaturgo español Federico García Lorca, basada en la vida de Mariana de Pineda Muñoz, una granadina que fue figura relevante de la resistencia a la restauración absolutista en España del siglo XIX y que fuera condenada a muerte en la guerra, por defender la causa liberal. La irradiación de los principios liberales alcanzó todos los continentes. En nuestra América, las ideas liberales hicieron nacer el sentimiento de patria y alumbraron la independencia de los pueblos sudamericanos.
La libertad anarquista
En una conferencia que dio en 1985, Murray Bookchin, fundador de la teoría llamada “ecología social” (una forma de ecoanarquismo) y uno de los pioneros del movimiento ecologista, explicaba que fue Élisée Reclus, el geógrafo y anarquista francés, que vivió entre 1830 y 1905, quien inventó la palabra “libertario”. “Lo hizo cuando la palabra ´anarquista´ estaba prohibida en Francia, pues si te autoproclamabas de esa manera, te agarraba la policía y te metía en la cárcel”, decía Bookchin, y abundaba: “Hemos tenido una historia muy rica de formas de libertad. Hemos tenido, de hecho, una historia muy rica a la que por cierto llamaría ´libertaria´, no en el sentido del partido libertario o de los libertarios de derecha. Esa es una palabra que ha sido robada. La gente de derecha que se hace llamar ´libertaria´ son ´propietarianos´: su mayor preocupación es la propiedad personal como base de la libertad. (...) En esa visión, ´libertad´ significa el derecho de hacer de la tierra un bien inmueble. ´Libertad´ significa el derecho de poseer un bosque de secuoyas rojas y tumbarlo si te da la gana. Está tan ligado a la propiedad que, literalmente, significa ser el dueño de la comunidad”. El activista proponía: “Tenemos que recuperar esta palabra porque tiene una historia mucho más rica y un significado mucho más grande”.
Uno de los máximos libertarios argentinos fue Osvaldo Bayer. En 2015, Darío Aranda lo entrevistó. -¿Qué es ser anarquista hoy?, le preguntó al autor de “La Patagonia Rebelde”. Tomando en cuenta lo que nos explicó Bookchin, la pregunta es: -¿Qué es ser libertario hoy? Bayer contestó: -Es soñar con un socialismo en libertad. Repartir las riquezas del mundo, cuidarlas para las generaciones futuras, gobernar con mayorías de asambleas, con voz y voto de todos. No es democracia un papelito en la urna cada dos años. Las grandes medidas deben ser con la participación de todos. Tener mandatarios pero no más de un año de mandato y que vuelvan a sus trabajos. Y sean reemplazados por otros. -¿Qué futuro sueña?, preguntó Aranda. -Sueño con un socialismo libertario. Una sociedad sin clases ni pobreza. Ninguna dictadura, ni siquiera la del proletariado. Es un sueño… y en la vida hay que luchar para lograrlos. En eso estamos.