domingo. 22.12.2024

No podemos hacer otra cosa que tratar de entender el fenómeno Milei, o quizá el síntoma Milei. Hasta comienza una corriente para dejar de nombrarlo, porque hay temor de que se convierta en un fetiche. Ya lo es y mejor aceptarlo, porque la pregunta que tenemos que hacernos mientras analizamos a Milei es cómo hacemos, y cómo hace Massa –al que se lo ve muy ubicado en tiempo y espacio- para que los que no votaron entiendan que hay una voluntad política contundente de transformar esta realidad y dar las peleas necesarias.

Pero nada impide analizar este estupor, tan profundo que traspasa lo ideológico y es corporal. Somos nosotros en nuestros cuerpos los amenazados, y este desconcierto nos interpela tanto que nos hemos quedado fijados en el escalofrío del resultado.

Efectivamente, la ultraderecha y sobre todo ésta, viene a arrasar con una gama de emocionalidad positiva en los sectores populares especialmente, pero lo extiende a toda la sociedad. Es lo opuesto a la felicidad popular, que está compuesta por millones de bienestares individuales que se refuerzan recíprocamente. Esa es la sinfonía de un sentimiento. Lo que propone la ultraderecha es otra gama, la emocionalidad de la revancha, del frenesí de ira, de crueldad. La disfonía.

El resultado fue tan inesperado y tan horrible, y entre fenómeno y síntoma cambian tanto la mirada y las preguntas, que por primera vez experimentamos un extrañamiento político, con la pregunta recurrente ¿Qué es esto? ¿Quiénes somos? ¿Cómo algo tan descabellado puede pasar? ¿Cómo se puede castigar a alguien castigándose? Es que la ultraderecha lleva en sí el trauma, no sólo lo provoca. El lenguaje emocional de toda ultraderecha suprime la ternura. La reserva para los individuos, no llega al grupo y mucho menos a su idea de sociedad.

Lo escribía el sociólogo francés Francois Duvet en La época de las pasiones tristes: “El sentimiento político elemental de hoy es el desprecio”. El volumen enorme de los descartados del sistema fue convertido en sujeto político, porque aunque deteste la política la está haciendo. Porque eso es el núcleo de la mano de obra de la ultraderecha: los descartados. Sus jerarcas en cambio viven muy bien.

Como fuere, global y localmente, ésa es la trastienda subjetiva que acompaña a las privaciones de las grandes crisis económicas. La gente que sufre se alivia haciendo sufrir a otros. El núcleo emocional del totalitarismo.

A diferencia de su par Bolsonaro, Milei no llegó al podio con un arma larga en la mano, sino con brushing. En cambio, los dos cumplen con el requisito de ser toscos ventiladores y direccionadores de la ira.

Acá se lo elogia en televisión porque cuando recibe un regalo se le llenan los ojos de lágrimas. La televisión, como soporte, todavía no asumió que en sí misma es un multiplicador general de sentido -es decir que no asumió su responsabilidad social y nunca lo hará- y analiza a Milei en todas sus fases humanizantes, posponiendo las deshumanizantes, que son las que forman parte de su coronación como outsider, aunque no lo es. La novia que imitaba a la hermana y a Cristina es otro síntoma.

Pero el outsider es un insider a más no poder, en su nueva y máxima expresión de un anarcocapitalismo financiero del que hace muchos años hablaba Cristina en el G20, demostrando la cualidad de saber leer hacia adelante, cosa que el PJ nacional sigue sin reconocerle para desgracia del pueblo argentino .

Milei fue parido y alimentado por los circuitos profundos del poder real, por sus propias bestias, por los alocados y desequilibrados a los que temen sus propios socios. De lo único que es outsider es de la política, no del sistema. Milei es el sistema. Es la desnacionalización, la destrucción de todo tejido social, el sepulturero de la justicia social. Cómo Macri no iba a estar ahí, “por arriba de la cancillería”. Es lo de siempre, lo más viejo del mundo, la dominación.

¿Qué otra cosa quiere el sistema en el mundo pospandémico y en guerra, lleno de millones de desesperados en trauma, con inflación, con un dólar decadente y gobiernos incapaces de imponer políticas populares? Que estalle, el sistema quiere que estalle, que vuele todo por los aires, para comprar el mundo. El sistema quiere privatizar el mundo. Loteárselo entre ellos. Como Lewis al por mayor.

Quiere desnacionalizar el mundo, para que así como Milei dice que se pueden privatizar las calles, se puedan privatizar las rutas, las aduanas, las fronteras, todo lo que pueda suponer algún control. Esa es la libertad que avanza: la de comprarnos a todos como parte del fondo de comercio.

Sin embargo, haríamos mal, creo, en suponer que los que lo votaron forman parte de un complot. Sería una insensatez atroz de lectura. Ellos también hicieron síntoma. Y es que primero con Macri y después con este gobierno que tenía que hacer lo contrario, la política los dejó a su suerte.

Este gobierno, que asumió ya atrozmente atenazado por un préstamo ilegítimo en tanto fue político, y cuyos costos aceptó con un grado de naturalización insólito, defraudó. Porque la ilusión o la desesperanza están siempre vinculadas a las expectativas. Defraudar expectativas se paga muy caro.

El proceso desde abajo ya empezó. Ya comenzaron las asambleas feministas, para organizar el rechazo a una pesadilla que hace de la supremacía masculina una parte constitutiva, como en todos los siglos y en todas las latitudes: uno de los pilares del poder patriarcal es el tabú del deseo femenino. Las ultraderechas son restauradoras de los valores conservadoras de todos los tiempos, por eso nunca resultaron nada novedoso salvo en las aberraciones que se les ocurrieron. Su cultura se basa en hacer de un pueblo una turba.

Y sin embargo nos temen tanto que sacaron del juego a Cristina, que compraron a jueces y fiscales en todo el país, que son peones de embajadas extranjeras porque solos no pueden, y que no abandonan la idea de eliminarnos electoral, política o físicamente, como casi lo hacen con Cristina y Capucetti la va sacando baratísima. El otro día Leopoldo Moreau dijo: “Estamos en una instancia de ser patria o ser colonia”. La patria es la tierra de la esperanza. La colonia es la cuna del desprecio

 

Disfonía de un sentimiento