OPINIÓN

La primavera trunca

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El 11 de septiembre de 1973, la Casa Blanca logró su objetivo: las fuerzas armadas chilenas, lideradas por Augusto Pinochet, llevaron a cabo el golpe de Estado contra el gobierno de la Unidad Popular. El presidente Salvador Allende, atrincherado en el palacio de la Moneda, murió defendiendo su programa socialista. Después de medio siglo, el país trasandino sigue marcado por la tragedia pinochetista.

Por Gustavo Porfiri.

El 4 de septiembre de 1970 hubo elecciones en Chile. Ningún candidato obtuvo la mayoría requerida para llegar a la presidencia. Para ese caso, la Constitución de 1925 preveía que el Congreso eligiera entre los dos más votados. Los demócratas cristianos y la izquierda integrada en la Unidad Popular (UP) decidieron que Salvador Allende fuera el primer mandatario. Fue el primer -y único- político marxista en llegar al gobierno de un país latinoamericano por los votos, aunque éstos fueran sólo el 36,6% de los emitidos.

Allende llegó al Palacio de La Moneda con un programa basado en políticas que ponían la proa hacia el socialismo. En ese esquema había un buen lugar reservado a las clases populares y al movimiento obrero. El socialista puso sobre la mesa unas cuarenta medidas que incluían la reforma agraria, la nacionalización de empresas, de recursos naturales (sobre todo del cobre) y de bancos. También estaba prevista la redistribución de la renta y que los trabajadores participaran en la gestión de la economía.

Todo esto fue demasiado para Washington. No había margen para otra Cuba en su zona de influencia. Así lo hizo saber Richard Nixon, el presidente estadounidense, quien veía en Chile su principal preocupación. Fue entonces que entró a la cancha un jugador conocido: Henry Kissinger, asesor de seguridad nacional de Estados Unidos. El hombre no se andaba con vueltas: unos meses antes de que Allende fuera elegido presidente había dicho: “No veo por qué tenemos que esperar y permitir que un país se vuelva comunista sólo por irresponsabilidad de su pueblo”. La suerte del gobierno popular estaba echada.

Sin perder tiempo

La Casa Blanca puso todos los recursos necesarios para tumbar al gobierno de la Unidad Popular. Tenía de aliados internos a la burguesía, a los terratenientes, a las grandes multinacionales y a los militares. Esa era su tropa, esos fueron los ejecutores del plan de combate contra el “peligro rojo”.

Con un bombardeo permanente sobre la economía y con el martilleo permanente de los medios ligados al poder, el desgaste fue enorme. Fogonearon el desabastecimiento, el paro del comercio y del transporte. La “Primavera allendista” -apenas tres años después de iniciada- estaba sentenciada. Ya para junio de 1973, los militares leales al gobierno socialista debieron aplacar un intento de golpe de Estado ejecutado en Santiago, la capital. A ese suceso se los conoce como “El Tanquetazo”. Tres meses después, el golpe triunfó, y no fue solo contra Salvador Allende y la UP. El objetivo profundo eran los chilenos de abajo que rápidamente se habían convertido en un sujeto político peligroso para el poder. El pueblo se estaba organizando y experimentando una democracia que superaba los límites permitidos por el imperio. Aparecieron instancias de participación como las Juntas de Abastecimiento y Control de Precios, creadas para evitar la especulación y el acaparamiento de productos esenciales por parte de los mercaderes opositores al gobierno popular. Era demasiado para Washington, la legalidad burguesa estaba en peligro y eso no lo iba a tolerar.

Héroes del éter

El 11 de septiembre de 1973, Radio Magallanes, junto a Corporación y Radio Portales, tenía línea directa con el Palacio de la Moneda. La emisora comenzó su transmisión con el Himno Nacional, luego difundió los mensajes de Allende emitidos por Radio Corporación, hasta que ésta fue silenciada por el bombardeo contra sus antenas como parte de la Operación Silencio llevada a cabo por las Fuerzas Armadas. Magallanes sola transmitiendo el último mensaje de Allende al pueblo chileno. "Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa, lo seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos, mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal a la lealtad de los trabajadores", expresó el presidente. Después de ser silenciada, la planta de la emisora, con sede en Renca, fue allanada por efectivos del Ejército. Allí se encontraban los periodistas Jesús Díaz y Carmen Torres y uno de los locutores, Agustín "Cucho" Fernández, junto al operador Sergio Contreras. Todos fueron secuestrados y conducidos al Banco del Estado de Chile, junto a otros periodistas detenidos.

Gracias al sacrificio de estos héroes, las palabras del presidente Allende pasaron a la posteridad como uno de los grandes símbolos de la resistencia y la izquierda latinoamericana y mundial. "Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición", dijo el exmandatario en su último discurso. Ni su sacrificio, ni el de Radio Magallanes, ni el de muchos otros valientes fue en vano.

Sobre lo que sucedió este lunes en Santiago de Chile, en el marco de la conmemoración del golpe ocurrido hace cincuenta años, este escriba prefiere no opinar. Los actos oficiales guionados al extremo para que luzcan bien en las pantallas y los camiones hidrantes y los carabineros en acción en las calles son una ofensa enorme para las víctimas de Pinochet.