domingo. 22.12.2024

«Primero se llevaron a los judíos,

pero como yo no era judío, no me importó.

Después se llevaron a los comunistas,

pero como yo no era comunista, tampoco me importó.

Luego se llevaron a los obreros,

pero como yo no era obrero, tampoco me importó.

Más tarde se llevaron a los intelectuales,

pero como yo no era intelectual, tampoco me importó.

Después siguieron con los curas,

pero como yo no era cura, tampoco me importó.

Ahora vienen por mí, pero es demasiado tarde.»

Bertolt Brecht.

 

En algún punto, a todas y a todos, Javier Milei nos hace ruido. Para bien o para mal. Ahí está, con su melena yupi, su construcción mediática disruptiva y mostrando el recibo de sueldo casi como un arma letal que amenaza a la “casta” partidocrática. Nada es improvisado. Sabe que a la dirigencia política no hay nada peor que tocarles el bolsillo. Se juega con cualquier cosa, menos con la guita que se llevan. En algún punto quién no se identifica, se emparenta o se apropia de las frases ácidas que dispara el expanelista de programas bochincheros. El tema es que Milei acierta en el mensaje porque encuentra tierra fértil, sin glifosato, donde sembrar. Es de cajón que la paciencia tiene un límite y que por más precaria y disparatada que sea la propuesta, el momento es justo. Estamos próximos a cumplir 40 años desde que el último de los políticos de la mejor raza, planteó que la democracia era la única opción con la que se podría comer, curar y educarse. Minga de aquel sueño. A Raul Alfonsín le sobraba honradez e inocencia. El CEO de Clarín, Héctor Magnetto, un día le dijo en la cara que su cargo era una cuestión menor. Así nos va. Hasta acá llegamos. Seguramente tenemos lo que nos merecemos.

 

Cada veinte años

 

Alfonsín no pudo, no supo, o no quiso, según sus propias palabras. El menemismo nos engañó con la revolución productiva , el plan licuadora y el viaje desde “la atmósfera a la estratosfera y desde ahí a Japón, todo en una hora y media”. Luego llegó Fernando De la Rúa y terminó durmiendo la siesta en Olivos, mientras los argentinos hambrientos querían saltar el tapial de la residencia. Se cargó 26 muertos, se subió al helicóptero y firmó la partida de defunción de la UCR de Alem, Yrigoyen y Alfonsin. Todavía quedan algunos empecinados en doblarla antes que romperla, justamente a cambio de suculentos recibos de sueldos. La cuestión es que meses más o menos, todo voló por el aire y cuando le tocaron el bolsillo a la clase media vino "el que se vayan todos". La definición con la que Jorge Luis Borges definió a los “compañeros”, aplica para la argentinidad al palo. "No somos, ni buenos ni malos,somos incorregibles". La sangre no llegó al río, salimos por adentro de la institucionalidad y de la mano del peronismo.

 

El gobierno de Néstor

Eduardo Duhalde, hoy viejo y gagá, habla como un abuelo pero no puede evitar

los gestos mejor logrados por Francis Ford Coppola en El Padrino. Fue él quien fogoneó la debacle inevitable del presidente radical que nunca debió haber sido. Luego “El Cabezón” -a pedido, entre tantos, de la propia Elisa Carrió- se sentó en el sillón de Rivadavia que había perdido en las elecciones de 1999 contra el propio De la Rúa. Fue solo senador en ejercicio de la presidencia, porque su proyecto naufragó cuando ordenó fuego y se cargó las vidas de Kosteki y Santillan.

Llegó Nestor Kirchner con el 22% por ciento de los votos. Su mandato de 4 años fue exitoso y la narración aún más. Hasta muchos gorilas confiesan que votaron la fórmula Cristina-Cobos o reconocen el periodo 2003/2007 como el mejor de la historia contemporánea. Después vino la muerte de Nestor, la 125, la atomización de los esquemas recaudatorios de corrupción, los problemas estructurales de energía, la inflación, etc, etc.

“Desequilibrios del poder” lo define de buena fe Freddy Storani.

Entonces es el tiempo del macriradicalismo que venía a resolver todo. Era gracioso creer que el hijo de Franco,ideólogo y beneficiario de la patria contratista, iba a juzgar a su socios empresarios y a los funcionarios cómplices. Chau grieta, chau inflación, el mundo nos espera con los brazos abiertos. Es cierto,no sería el mundo, pero si el Fondo Monetario Internacional, quien deliberadamente le confió la navaja al mono. Cincuenta mil millones de dólares le entregaron a Mauricio Macri cuando ya estaba en retirada, para que este los fugara con sus amigos y volviéramos a la trampa del FMI.

El presente

Fue Cristina la que volvió a sacudir el tablero. Sacó una jugada de la galera y entonces su archienemigo Alberto Fernandez, se puso la banda presidencial. La deuda heredada, la pandemia inesperada, las tensiones pos derrota 2023 y la guerra en Ucrania. Aun así, nada es tan temible como las remarcaciones en las góndolas. Son bayonetas más eficaces que las de la banda de los carapintadas comandada por Aldo Rico. A veinte años de los primeros veinte años, todo parece volar por el aire. Aunque, a diferencia del 2001,esta vez la solución no la encuentra la política. Tampoco cae del desprendimiento de un asteroide. El monstruo fue engendrado con mucha parsimonia, por los mismos que siguen considerando a la presidencia un cargo menor. La alimentación corre por cuenta de la “casta”.

 

P/D: Pido al reducido número de lectores que suelen ojear mis notas de opinión, consideración en sus críticas por el escueto, precario y poco riguroso relato histórico. Creía necesario borronear una foto de todo este periodo (1983/2022), para intentar encontrar alguna explicación, nada original, del momento que vivimos. Como en el cuento de Bertol Brecht, al que alguna otra vez echamos mano, los políticos y las políticas están preocupados porque han tomado conciencia de que les están golpeando las puertas. La indigencia, la pobreza, la marginalidad, la precariedad en la salud y educación pública, son algunas de las tragedias cotidianas que pretenden esconder desde las alfombras del poder. Desde los privilegios de millonarios recursos que manejan discrecionalmente. Es hora de que se hagan cargo del problema, porque son parte del problema que se los va a devorar. Ojalá no sea tarde.

El mensajero que nunca esperaron