“Falleció Tito Urretavizcaya”, “Murió Tito”, “Se nos fue Urreta”. Los mensajes de Whatsapp empiezan a caer, uno tras otro, como si se formara una pila de redondeles verdes con números en blanco en el interior. Y, aunque supiera del accidente que tuvo varias semanas atrás, y que estaba internado en Junín, en ese momento, mientras los redondeles siguen multiplicándose, uno empieza a sospechar de la información, porque no es cuestión de anclarse en el dolor, no es cuestión de dejar ir así nomás a nuestro primer gran ídolo, a uno de los superhéroes de nuestra infancia.
Hoy tenemos miles y miles de pibes y pibas con las remeras de la selección, jugando a la pelota en cualquier cancha que encuentren, y si no lo encuentran, bueno, igual se la inventan, en un metro cuadrado, porque vieron a la selección de su país salir campeona del mundo en un lugar lejísimo, imponiéndose a todos, y especialmente a sus propios miedos. Entonces quieren ser como ellos, sobreponerse a lo que se les ponga enfrente, derrotar los temores y los fantasmas, y llegar hasta lo imposible y más allá. Siempre con la remera de Messi o el buzo del Dibu como talismán, como emblema. Es decir, crearse un mundo en el que todo es posible.
Para quienes nacimos en los setenta, para quienes vivimos en el Chacabuco de los 80 y los 90, Tito Urretavizcaya y Patita Minervino eran nuestro Messi, nuestro Dibu Martínez. No: no andábamos en buzos antiflamas, con cascos de carrera, acelerando autos de acá para allá. Sí: jugábamos con autos de plástico sobre pistas de arena, armábamos karting a bolillero, competíamos -o mirábamos como nuestros amigos competían- en la pista de automodelismo del Club Los Marinos, allá al fondo, arriba, subiendo la escalera. Pero ese no es el punto, porque nada es tan lineal.
Tito arrancó con el karting, se subió a una Zanella 135cc, pasó al Turismo Nacional, de ahí a la Fórmula Renault y salió campeón nacional. Después se destacó en la Fórmula 2 Codasur y la cosa ya era seria, porque Urreta competía con pilotos brasileños, chilenos, uruguayos en esa suerte de fórmula uno de la patria grande; y se codeaba con Yoyo Maldonado, Miguel Ángel Guerra y Juan Manuel Fangio II. Todo eso lo hacía arriba de un monoposto hermoso, blanco, con rayas rojas y los logos de UFO y VW en azul.
Ya para 1986 la cosa empezó a escalar. El domingo 7 de septiembre debutó en el Turismo Carretera, en la categoría máxima del automovilismo argentino, acá nomás, en el semipermanente de Junín, con la Chevrolet roja, blanca y azul, que tenía el número 175 estampado en la puerta y una publicidad grande que decía Sutertap en amarillo. Y Roberto Urretavizcaya dejó de ser Roberto Urretavizcaya, o en todo caso Tito Urretavizcaya, y comenzó a transformarse en Titourreta, así, de corrido, dicho a pura velocidad. Y no es poca cosa cuando te empiezan a llamar así, cuando se acortan las sílabas del apellido para nombrarte, o te ponen un apodo, porque representa que las personas te quieren, se sienten representadas, se apropian en cierto modo de lo que sos y te transforman en otra cosa: en un ídolo popular. Y en 1989 ganó su primera carrera en San Lorenzo y fue un triunfo con T de Titourreta, del Vasco de Chacabuco.
Volvamos al principio. Tito era nuestro superhéroe, nuestro Batman. Y era nuestro Batman cuando se calzaba el buzo antiflama y el casco. Y quienes vivíamos en Chacabuco también sabíamos que era Bruno Díaz, si lo veíamos ahí, andando por las mismas calles que nosotros, sabíamos dónde estaba la casa, quiénes eran sus padres, comíamos los quesos de su fábrica. Ese Vasco pura rapidez era un hijo de estas calles anchas y polvorientas. Como nosotros. Entonces no era que queríamos ser exactamente como él, no era que queríamos ser pilotos de TC (en algunos casos sí), sino que Titourreta nos ayudaba a romper la barrera de lo posible, nos alimentaba nuestros deseos de ser aquello que quisiéramos ser.
7 de mayo de 1995, en el Premetro bien de temprano -habíamos averiguado a qué hora abría el subte- hacia el Autódromo de la Ciudad de Buenos Aires. Nosotros en las gradas; Tito, Patita y el Oveja Mancuso en las pistas. Ya no éramos niños, teníamos como dieciocho. Tito y Patita ganaron sus series. Y en la final la fiesta fue total. Patita primero, Tito tercero, en medio de ellos Juan María Traverso. No es poca cosa. El público bramaba, quienes habían llegado de los distintos pueblos de la provincia de Buenos Aires vitoreaban la gesta de Patita y Tito. Pero ellos, los hinchas de los otros lugares, vitoreaban a los Tito y Patita del buzo antiflama y el casco; solo nosotros, los pibes de Chacabuco conocíamos su verdadera identidad, los conocíamos también en sus roles de Bruno Díaz. Y Tito y Patita ya eran superhéroes que integraban la Liga de la Justicia, o de los Avengers, si uno los veía que estaban ahí, compartiendo el podio con supermanes como el Flaco Traverso. Pincho Castellano, Emilio Salvador Satriano.
Siguen los mensajes en el whatsapp avisando que murió Urretavizcaya, pero cada vez menos les creo, si ahora mismo lo veo a Titourreta arriba de su moto, yendo por un camino rural, acortando distancias entre Chacabuco y Bragado, y su pie es de cemento en el acelerador, y se va transformando, se calza el traje antiflama, y se coloca el casco, y la moto se transforma en la Chevy de Supertap y ahora es casi como un DeLorean, y estamos en los ochenta, y Tito es Marty McFly en Volver al futuro, y la Chevy de Supertap pasa autos y autos en un camino polvoriento y el condensador de flujo empieza a producir electricidad que llega al paragolpes, de los neumáticos salen llamas de fuego por fricción, y la Chevy supera los 142km/h (si para él eso es poquísimo), y desaparece en una nube de partículas y un par de líneas de fuego. Tito ya está en el pasado y en el futuro, saltando tiempos y distancias, compitiendo con sus ídolos, con sus superhéroes, con Dante Emiliozzi, Tim Pairetti, Pirín Gradassi; o sobrepasándose con Patita y Traverso y Mouras y Pincho Castellano; o divirtiéndose en la pista con su hijo Tomás. Y nosotros lo esperamos, entre las gradas, del otro lado de la tele, aguardamos su victoria, lo vamos a ir esperar al costado de la ruta, cuando vuelva a Chacabuco triunfante y lo vamos a subir a la autobomba de los Bomberos y celebraremos su victoria -la victoria de todo un pueblo- en la Plaza San Martín.