Para explicar qué nos pasa a los y las argentinas con el fútbol, el licenciado y vecino, Fernando Lescano, explica que se trata de un fenómeno de masas cuyo análisis resulta complejo y no se puede abordar una explicación desde una única perspectiva ya que implica cuestiones sociales, económicas y singulares. “La mayoría de las veces escuchamos especialistas en los medios de comunicación usando al fútbol como analogía de la vida cotidiana. Si bien es verdad que es un deporte incluido dentro de un contexto histórico-social, tiene peculiaridades que no se replican en otros ámbitos. Se habla de la cultura del fútbol, pero sería darle un lugar muy pretencioso. Porque estaríamos diciendo que nos da una cosmovisión del mundo y de la vida en general. En realidad podría pensarse como una lógica moral de aquello que está bien y está mal dentro de lo que podríamos denominar mundo fútbol. Y que no valen para el resto de nuestras actividades. Relacionarnos, establecer vínculos entre los seres humanos no nos resulta sencillo. Lacan explicaba este encuentro-desencuentro a través de tres pasiones del ser: el amor, el odio y la ignorancia. Amamos lo igual. Odiamos lo diferente. Y cuando ignoramos el ser del otro lo consideramos una cosa al punto de llegar a querer destruirlo. Podríamos incluir en esta descripción la identificación. El fútbol nos permite encontrarnos como iguales dentro del mismo equipo y odiar lo diferente. Es decir un modo de arreglarnos un poco con la dificultad de generar lazos. "Somos todos argentinos" o del mismo club. Nos da una pertenencia. El problema es que toda identificación también genera discordia con el equipo contrario y nos puede llevar a la violencia. Que de ello podríamos hablar también bastante”, asegura en diálogo con Cuatro Palabras.
Graciela Berchesi, vive en CABA, es psicóloga y escritora, periodista radial y colaboradora de este medio. En su natural agudeza busca una respuesta y se remonta al desembarco de este deporte en el país, con una fuerte raíz vinculada a lo popular. “Si bien llega al Río de la Plata, tal como otros deportes, de la mano de los ingleses, prende en las capas más humildes quizá porque para jugarlo sólo se necesitaba un espacio sin ninguna preparación especial, un terreno baldío, un potrero, y un grupo de niños –o adolescentes, o jóvenes-, al principio todos varones, con ganas de correr. ¡Ah! Y una pelota. Los arcos, también indispensables, siempre se pudieron indicar con dos piedras grandes o dos prendas de vestir arrolladas, que hacen de palos. En la época en que se profesionaliza, pasa a ser un modo de vida para muchos muchachos sin trabajo, sin oficio, sin estudios, que habían desarrollado habilidades especiales con la pelota en el pie y descubren que el juego les presenta un camino de realización y un medio para salir de la pobreza”. Berchesi insiste en que con estos elementos se puede explicar la carga emocional que supone el fútbol y refleja la posibilidad de jugar, o de ver jugar y proyectar en los actores los propios sueños. “Cuando llega, cada cuatro años, el campeonato mundial, los seguidores del fútbol contagian con su entusiasmo a muchísimas más personas y la propaganda, la publicidad, los medios de difusión, hacen el resto. El Mundial implica poder ver jugar a los que mejor lo hacen en todo el planeta”.
Lo cierto es que desandamos nuestras agendas para focalizarnos en lo que sucede en torno a cada partido, hacemos cálculos, promesas y rezos para llegar a la final. “Todos tenemos una rutina o agenda, que es una ruta que nos orienta todos los días. Cuando eso se quiebra o se rompe, las fantasías y síntomas que nos inquietan se hacen presentes. El Mundial sería un modo más de seguir durmiendo y que no se haga presente aquello que nos angustia. La pandemia fue un ejemplo de lo que sucede cuando nuestros hábitos y costumbres se interrumpen por largo tiempo”, dice Lescano.
Además, nuestras frustraciones individuales se cuelan en medio de la fiebre mundialista y buscamos que el triunfo colectivo nos ordene. Para Lescano, es muy difícil que la frustración individual pueda satisfacerse con el triunfo del club que somos hincha o de la Selección, y “las condiciones materiales y objetivos no se replican en un torneo. Si lo ganamos nos da alegría pero no hace que los problemas económicos o emocionales desaparezcan. A días de concluido la realidad sigue golpeando con la misma intensidad”, asegura.
Pero pasamos de la euforia al odio, y del optimismo extremo a la crítica despiadada de la selección, los jugadores, los directivos. “Estamos atentos a los resultados porque la ilusión de creernos uno solo, iguales y amables, si perdemos se diluye”, explica Lescano, y “como toda masa nos aglutinamos alrededor de un líder o de de un ideal”. En ese sentido asegura que “es una época donde los líderes escasean pero los ideales siguen siendo un generador de masas, el odio puede ser colectivizante, y en este caso es alrededor de ganar partidos o el Mundial, por lo que esos ideales están encarnados por el plantel. Si perdemos, aquello que nos unía se disuelve y empezamos a buscar chivos expiatorios que nos den un culpable”.
También influye que se ha borrado la asimetría entre los espectadores y los protagonistas, “entonces se genera todo un evento que adquiere el nombre de previa, festejo o en otros ámbitos como el rock de "misa". Y suele tener cierto colorido atractivo. Incluso es muy importante para los medios que estan 24hs tratando de generar contenido. Convirtiendo al hincha en tan importante como los jugadores. Somos técnicos, periodistas, jugadores. De ahí que los comentarios tan efusivos en los triunfos como en las derrotas adquieren relevancia”., insiste el conocido profesional y vecino.
Al respecto, la licenciada Berchesi relaciona el desánimo que dejó la pandemia, “una sensación de todo o nada, de vida o muerte, de presencia o ausencia muy difíciles de atravesar”. “El Mundial, con Messi, con Di María, con el “Dibu” Martínez, con nuestra Selección invicta y ganadora de la Copa América, ofreció una posible revancha. Teníamos todo para que así fuera, o al menos eso creíamos. La primera oportunidad tuvo también ribetes raros. La intervención de la tecnología en la determinación de aciertos y errores fue dura con nosotros. Así como los endiosamos, los endiablamos. Porque no tenemos bastante backup para tolerar la frustración también esta vez, tan cercana a aquella otra frustración que describo en el párrafo anterior”, aclara.
En ese sentido, es categórica: “Un Mundial de Fútbol no cura nada, pero nosotros, en éste, pusimos mucha esperanza de ser curados de las penas con la enorme alegría del triunfo que, digámoslo, aún no se nos ha negado. El miedo a ser frustrados nuevamente por la realidad, nos enceguece”.
Las cartas están echadas. Un Mundial atípico, cerca de los festejos de fin de año puede impactar en el humor de las y los argentinos. Berchesi considera que el resultado vendrá cargado con las expectativas de vida, de vencer, esta vez, a la muerte. De poder contar glorias y no derrotas. Además confía en que un mal resultado puede traer un gran impacto. Eso, “sumado a la inflación imparable, el miedo a no alcanzar las metas básicas para seguir adelante, el intento de magnicidio contra la lideresa más fuerte… un poder judicial fuera de control, que no responde a la fuerte impresión que recibió la gente”.
“Un buen triunfo siempre nos va a poner contentos. Sentirnos bien puede contribuir a predisponernos mejor. Pero también se registra que la diferencia entre lo festivo y lo trágico suele mezclarse de maneras impensadas”, dice Lescano y Berchesi cierra: “Seamos justos, tampoco ganar el Mundial arreglaría los problemas de índole mixta que padecemos por cómo está el mundo y la parte que nos toca. Daría un clima que tendría también su propia duración y ni una hora más, pero… ayudaría a creer que se puede salir, que se puede contra la adversidad y que, de alguna manera, la historia nos recuerda aquello de “No es cierto que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón”.