Miré Argentina, 1985, la película dirigida por Santiago Mitre, embarazada de ocho meses y con miedo a parir. Mi valoración general es repetida y olvidable. Es el relato de Adriana Calvo el que tocó una fibra que obliga a pensar personal y políticamente en una de las peores formas de tortura y crueldad que nos son contemporáneas.
Salí del cine angustiada. No era una historia, eran todas. No era el discurso de Julio Strassera que desde chica le escucho recitar a mi papá. Ni la rebeldía de Luis Moreno Ocampo. Ni el humor que siempre acompaña y abraza en la tragedia, que aportan los ayudantes de la fiscalía.
Era el calvario que había vivido Adriana Calvo desde que fue secuestrada, y la forma en la que había sido obligada a parir en patrullero en movimiento, sin asistencia médica, con los ojos vendados, maniatada, muerta de dolor. Era la imagen de ese espacio sombrío que debió limpiar desnuda, apenas después de parir. Era la promesa de que si ella y su bebita vivían, no iba a parar hasta encontrar justicia.
El testimonio de Adriana, sobreviviente y cofundadora de la Asociación Ex Detenidos Desaparecidos, prendió en mí de forma personal, pero quebró a fuego a la sociedad argentina: la que elegía no creer lo hizo a conciencia. No era entonces la historia de Adriana, sino la historia de un abandono de mujeres, bebés, personas a escala.
El 4 de febrero de 1977, una patota ingresó en la casa de Tolosa en la que vivían Adriana, su marido y sus dos hijos. Estaba embarazada, en pijama, cuidando a su hijo menor. Una vecina logró arrebatarle el nene a uno de los represores. A Adriana le ataron las manos, le vendaron los ojos, y la llevaron a la Comisaría Quinta de Arana. Después de algunos traslados, el 15 de abril, empezó con el trabajo de parto. La subieron a un patrullero. Su hija Teresa nació y el auto nunca frenó. Pedía que se la alcanzaran, porque seguía caída entre los asientos, pero no le contestaban. Llegaron al Pozo de Banfield. Allí, el médico policial Jorge Bergés le cortó el cordón umbilical, le arrancó la placenta y la puso a limpiar el piso.
Desde hace algunos meses, figuras del deporte, de la política, del cine, teatro, entre otros, sueltan elogios a la película de Mitre. Pienso en voz alta, mientras recibo links sobre los galardones internacionales: Goya, Oscar, Globo de Oro. Hace falta una profunda revisión de las responsabilidades civiles y políticas, porque 1985 está demasiado cerca para desmembrarse de su crudeza. Una felicitación, aplauso, un discurso como figurita repetida, no alcanza. Una película taquillera, buena, fácil de elogiar, tiene que servir para firmar un nuevo contrato social que incluya al sistema educativo, a las fuerzas, a los grandes, a los niños. Que remiende, refuerce, enfatice: Nunca más.