Cuando fuimos el futuro
43.
Por Manuel Barrientos
El día de la elección ha llegado, Camilo está contento, sabe que irá con su papá Roberto al cuarto oscuro, elegirá la boleta del tío Julio y la meterá en el sobre, luego lo ingresarán juntos en la urna. Después almorzarán con el abuelo, los tíos y el Vasco en casa, Roberto preparará el asado de la victoria. Ya compraron la carne: chorizos, morcilla, vacío y costillas. A eso de las cinco de la tarde, irán a la unidad básica y esperarán los primeros cómputos. Estiman que a las nueve y media de la noche se sabrán los resultados definitivos. A las diez, el tío recibirá las llamadas del ingeniero Mariani y del intendente, felicitándolo por el triunfo en las elecciones municipales de 1987. Luego subirá al palco y dará, entre aplausos y aclamaciones, su primer discurso como intendente electo.
Ahora están con el papá en el primer paso. Ingresan al cuarto oscuro, revisan las boletas, Camilo guarda un ejemplar de cada una para estudiarlas más tarde en la casa. Mete la lista con los nombres de Cafiero y el tío en el sobre y salen del aula. El sobre se traba en la ranura, se resiste unos segundos, el padre hace fuerza con los dedos, finalmente cae en el interior de la urna. Saludan a los fiscales y comienzan a escucharse murmullos cada vez más fuertes. Es el tío Julio, que se acerca a votar, acompañado por un grupo de militantes, fotógrafos, el conductor del noticiero, un camarógrafo, periodistas y simples curiosos (aunque estas dos últimas categorías tal vez enlacen a las mismas personas). Julio saluda a todos, a las autoridades de cada mesa, a los votantes que se acercan a saludarlo, hasta a los policías. Pocas veces Camilo lo ha visto con una sonrisa tan amplia. De golpe, emerge el abuelo entre el fondo del pelotón y los saluda y le da uno de esos caramelos media hora que a su nieto le resultan imposibles de tragar. Camilo se lo guarda en el bolsillo. El abuelo muestra la libreta de enrolamiento y entra en el cuarto oscuro. El tío, finalmente, llega a la mesa y saluda a su hermano y a su sobrino.
- Ya tengo todo preparado para el asadito- le anuncia Roberto.
El tío Julio lo llama a un costado. Hablan unos segundos y un fotógrafo pide hacer una imagen de los dos hermanos. Julio le dice a Camilo que se sume en la foto. Los flashes lo enceguecen. “¿Le decís vos al viejo?”, escucha que le dice el tío a su papá. El abuelo sale y, aún con el sobre en la mano, abraza fuerte a Julio. “¡Qué orgullo que mi hijo este domingo pueda lograr lo que a mí me impidieron!”, dice en voz alta. El presidente de mesa le pide que ingrese el sobre en la urna y que el tío entre de una buena vez en el cuarto oscuro. “Estos son todos votos cantados”, denuncia entre risas el fiscal de la UCR.
El tío sale agitando el sobre en el aire, sonríe posando junto a la urna. “¿Nos vemos en un rato?”, le pregunta el abuelo. “Sí, sí”, responde Julio antes de irse junto a sus seguidores.
Cuando pasan la puerta, Roberto le dice al abuelo que Julio no irá a comer el asado, porque tiene que almorzar con la militancia en el barrio San Cayetano. “Vamos a casa, llegamos y prendemos el fuego, hacemos el asado igual”, invita. El abuelo responde que no tiene ganas y se va con su andar cansino, entre las sombras que regala la plaza San Martín. Roberto compra una docena de empanadas y guarda la carne en el congelador, para una mejor ocasión.
***
Los muchachos peronistas, todos unidos triunfaremos, y como siempre daremos, un grito de corazón. Se viene la gran fiesta peronista, arenga el locutor desde el palco a la gente que se acerca a la unidad básica y colma la plaza de enfrente. Llegan las primeras mesas de la escuela 4 y de la 45, y los números son alentadores, aunque sorprende la buena perfomance del escribano Manfredotti, que orilla el diez por ciento con la boleta del MID. “La puta que lo parió este Manfredotti”, comenta el abuelo. Nadie lo oye. El tío está feliz y bailotea en el patio de la unidad básica con el sonido de los bombos que llegan desde la plaza.
Las mesas de las escuelas rurales estiran la diferencia: 43% para el tío; 38% el ingeniero Mariani; 9% Manfredotti. Sobran las ganas de salir a festejar con los compañeros que están en la plaza. Pero el tablero vuelve rápido a equilibrarse cuando llegan las últimas urnas del centro. “Ahora entran los votos de Rawson y nos despegamos de vuelta”, arenga el tío y pregunta si alguien habló por teléfono con el Viejo Revestido. Nadie le contesta, hasta que uno se anima: “Tal vez están las líneas saturadas en Rawson”.
El tío va de una mesa a otra, fuma su pipa, acepta un cigarrillo, come un bizcochito húmedo que quedó de la mañana, pide un mate, juega con los dedos en la barba. Son más de las nueve y media de la noche y la diferencia se estanca en poco menos de 400 votos. Uno de los militantes más veteranos comenta que el triunfo rotundo que lograrán en Rawson compensará la derrota que seguro tendrán en O’Higgins. En la plaza, el sonido de los bombos y los cantos no declina, y el tío decide saludar a los compañeros. Agarra al Vasco de la mano y sube al palco. “En unos minutos vamos a estar acá todos reunidos para celebrar la victoria en Chacabuco y en la provincia de Buenos Aires de la mano de Antonio Cafiero, compañeros”, dice. Desde abajo la tía Lucila le hace señas para que corte el discurso.
El tío baja exultante luego del baño de multitud y pregunta si lo cortaron porque el ingeniero o el intendente están al teléfono para felicitarlo. La respuesta de los rostros enciende una señal de alarma. “¿Pero qué mierda pasa?”, vocifera. Le dicen que Mariani les dio una paliza en O’Higgins: 600 a 250. Y cien votos para Manfredotti. Están casi empatados, quedaron solo cuarenta votos arriba. “¿Y por eso me cortaron el discurso? ¡Por favor! Ahora goleamos en Rawson. Vamos a terminar 400 votos arriba, ya lo van a ver”, asegura. Pregunta otra vez por Revestido. Le responden que no se pudieron comunicar con él, que debe estar viniendo para Chacabuco a festejar.
El abuelo se acerca al tío y lo manotea del brazo, con una fuerza que parece renovada. Julio putea, pega un puñetazo a la pared, la sangre salta a borbotones y cae por la pared blanca. Los compañeros hacen silencio, algunos se van para el patio.
En la radio dicen que el ingeniero Mariani dio el batacazo y el radicalismo gana en Rawson, agregan. El tío acaba de quedarse sin la chance de ser intendente por sólo treinta votos. La tía Lucila le venda la mano, pero la sangre traspasa la gasa y lo debe vendar otra vez.
El sonido de los bombos declina, la plaza se vacía de a poco.
Camilo rompe en llantos, por la sangre del tío, por la derrota, por las dos cosas. La mamá trata de calmarlo, el abuelo le ofrece un caramelo media hora, el Vasco te abraza. Tendría que ser Camilo el que le dé fuerzas a su primo, pero así suceden a veces las cosas. El tío pide que le acerquen el teléfono. “Voy a llamar a Quique Mariani para felicitarlo”, anuncia.