¡Directora! Le ofrecieron ser directora. ¡A la mamá de Camilo! Las otras docentes le dijeron que se presente al concurso, con los antecedentes que tiene, con todos los años de servicios, los cursos de capacitación, los títulos, más que seguro que lo gana. Que ahora que se jubila Nelly, la directora de la escuela ocho, ella tiene que agarrar el cargo. Sus compañeras le insisten. La propia Nelly le insiste. Dale, concursá, agarrá la dirección, no sabemos si sos buena, pero al menos ya te conocemos, ja, ja, ja ¡Mirá si nos mandan a cualquiera! Es bastante más plata y después te podés jubilar con el cargo, la seducen.
Pensá, le dice el papá de Camilo, no te apures, pero pensá bien, yo te apoyo en la decisión que tomes, pero los chicos están más grandes, Mateo está en Buenos Aires, Camilo empieza la secundaria el año que viene. En cinco años nos quedamos los dos solos, en esta casa, le dice. Violeta no responde nada, ni que sí, ni que no. Las amigas le sacan cuentas: en tres años llegás a los 25 de servicio, y en ocho años más vas a estar en condiciones de jubilarte. Incluso hasta podés llegar a postularte a inspectora dentro de un tiempo. Mateo, por teléfono, le dice que se deje de joder, que se la va a terminando firmando papeles y haciendo tareas administrativas. Una burócrata. Al pedo.
Camilo sí que quiere que su mamá sea directora, para poder decirles a todos sus amigos, a los
vecinos, a las maestras, que tiene una mamá directora! Dejará de ser una simple maestra, estará a
cargo de una escuela, y se parará en el medio del patio, al frente de todos los alumnos y las docentes, con su guardapolvo blanco impecable, ya sin rastros de tiza (tampoco en sus manos) y dará la orden de izar la insignia que Manuel Belgrano nos legó, dará la orden de que ingrese la bandera de ceremonias, de que se cante el himno, de que la jornada escolar ha terminado, de que vuelvan tranquilos a sus hogares. Y no llevará esa pila gigante de cuadernos para corregir a casa y podrá mirar con él los programas de tele, los partidos de Boca y hasta alguna película alquilada. Qué lástima que no fue antes directora, piensa Camilo, o que no sea la directora de su escuela, de la uno, de la Juan Estrugamou, porque todos los chicos, y las chicas, y las maestras, y la portera, lo mirarían con respeto, a él, sí, a Camilo, al hijo de la directora.
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Pasan un par de semanas y Violeta, finalmente, dice: no. No quiere. No va a concursar. No será directora. Agradece la oferta, las palabras de aliento, las muestras de cariño y de reconocimiento. Que muchas gracias. Pero no. Que si ella estudió magisterio es para estar frente al grado, para dar clases. Que, aunque a veces la canse, a veces la fastidie, le encanta llevarse a la casa una pila gigante de cuadernos y hacer correcciones; que le gusta que su guardapolvo se tiña con los colores que desprenden las tizas; que es cierto, que le hace mal a la piel, que le causa cierta alergia ese polvo blanco que se adhiere a los dedos de su mano derecha. Que no, que no le dan miedo los concursos, por muy exigentes que sean. Pero que no le importa, que no quiere ser directora, que quiere ser maestra y estar con las chicas y los chicos, frente al grado, en el aula. Ahí donde siempre había soñado, cuando ella misma era chica, y estaba en un aula, y veía a sus maestras y quería ser como ellas. Es decir, como es ahora.