jueves. 26.12.2024

Una buena parte del malestar y la confusión en la que vivimos ya comenzó a gestarse en lo que llegó anunciando que globalizaría (“democratizaría”) la comunicación. Pero no. La interrumpió. Fue desconectando al mismo tiempo que conectaba; íbamos reemplazando a la realidad con otra cosa. Cambiábamos el tacto por la mirada, y la racionalidad por el impacto. Pero después dejamos de ver a los demás y ellos a nosotros: quedaron las imágenes. Mucha gente se mueve por odio o fascinación por imágenes.

Las bases de esa interrupción de todos los protocolos de la comunicación humana fueron los dispositivos digitales que “hicieron viejo” lo analógico. Después solo hubo que esperar a que gran parte de la población mundial entrara de lleno en la realidad virtual, que la virtualidad se normalizara y hasta se institucionalizara, que el mundo real, el que contiene nuestros cuerpos y nos conecta con otros, pero también ese en el que hay verdades y mentiras, evidencias y materia, fuera lentamente olvidado y desdeñado. Lentamente, dimos un paso hacia la ficción.

Nos hartamos de ver videos de personas de todas las edades pero especialmente jóvenes que son filmados mientras hacen poses mirándose en la pantalla de su celular. Es la mamushka de la realidad virtual en su drástica bajada al piso. Una persona que vemos a través de una pantalla pero que no nos ve, porque se mira a sí misma en otra pantalla. No hay conexión. Estamos ausentes aunque estemos presentes, los demás también. Nos sentimos solos.

Somos vouyeurs de mundos insípidos, donde no pasa nada relevante: eso preanunciaban en décadas pasadas los realities shows, que fueron la punta de lanza de la virtualidad y marcaron el fin de la era de la televisión: la construcción del espectáculo de la vida real, que abandonaba su condición de tal para ser mercancía del entretenimiento. Hubo nuevos multimillonarios, los que hoy son riquísimos porque venden algo que no deja de venderse en pandemia y lo que venden es nada menos que el nexo entre una persona y la red, que es esa realidad que hemos introyectado. Fuera de la red hay muchísima gente, pero nos parecen extras.

Audiencias enormes en todo el mundo experimentaron una mutación tajante precisamente en lo que a entretenimiento y autopercepción se refiere: los que miraban todo el día el canal de Gran Hermano no se entretenían. Pasaban largos ratos mirando una pantalla en la que había gente durmiendo. Eran fomentados los escándalos pero duraban un suspiro: la mayor parte del tiempo fueron puro adoctrinamiento para las audiencias, que empezaron a vivir el goce de la vida ajena y el otro goce, el de abandonar la experiencia real y
sin aditivos, por una experiencia de simulación y disfraz, con alias, filtros, estrategias de individualismo salvaje, bloqueos, mentiras. Paralelamente, apareció una derecha que se sirvió de una subjetividad ensimismada, y lentamente fue sacando su esvástica.

Eso tuvo miles de consecuencias, pero viniendo para acá, todos los que estamos más o menos cuerdos percibimos un acecho del odio que viene de una profundidad completamente irracional, un odio dirigido no hacia una persona ni hacia un paquete de ideas, sino que brota de las cloacas de la condición humana, donde existe el goce de los linchamientos. Las noticias falsas fueron y son una herramienta vital para darle palabras a lo que no lo tiene, a ese bajo fondo personal que cuando sale, parece vómito de resaca. Si esta sociedad que dijo nunca más ahora hace síntoma en una funcionaria que se atreve a subir a cuatro dirigentes peronistas a un Falcon Verde, o un concejal puede hablar como un torturador y provocar en otros una imagen del odio más extremo (enterrar viva a una mujer junto a su esposo muerto), es porque en la realidad virtual, la paralela, la construida como surtidor de argumentos para satisfacer el odio, han surgido enemigos virtuales, nacidos a imagen y semejanza del mito cincelado de la ultraderecha, portadores de todo el mal que cada uno puede concebir. Es la catarsis obtenida del modo como lo hacían los emperadores. Dales circo, la sangre como pasatiempo.

Una noticia falsa es una mentira que es publicada, pero también es un fallo antijurídico que se vuelve noticia. El ámbito de las noticias falsas en este país no es exclusivo de los medios de comunicación aunque de hecho su degradación va en paralelo a la del Poder Judicial: hace años que se retroalimentan, que hacen equipo, que moldean juntos a los enemigos que sus audiencias desean apedrear para aligerar la carga de odio que se inyectan cada vez que leen o escuchan la descripción de la bruja y los miembros del aquelarre.

Ni la Cristina que odian ni el kirchnerismo que quieren borrar del mapa se corresponden con la realidad. Cristina en el mundo real es una dirigente que está más limpia que todos ellos juntos. Años buscándole el pelo al huevo y nada. El kirchnerismo es una fuerza política con voluntad de construir un Estado y políticas que atiendan a los de más abajo, pero profundamente apegado al Estado de Derecho, que es lo que le da la oportunidad de existir. Sus enemigos, la casta de macristas, grandes medios, especuladores, evasores, y jueces y fiscales del lawfare, no pueden decir lo mismo. Para existir requieren de anomalías, de injusticias, de vista gorda, de doble vara, del engaño a gran escala y, si es necesario, de la destrucción de la democracia. No hay dos demonios ahora tampoco: unos hacen política y los otros, trampa.

Para Página/12 23-07-2022

El fascismo de la confusión