Historia de PIN & PIL (y de TOKEN)

(*)Por Mariana Enriquez.

Empecemos por donde hay que empezar, el origen de tanta confusión y temblores. Durante toda mi vida financiera he intentado mantener una sola cuenta activa, o dos --por las dudas-- pero empleadores e instituciones han atentado sistemáticamente contra este orden. No los acuso: se que todos sufrimos la burocracia y que es un laberinto con senderos misteriosos. Como sea: en muchos casos, para poder cobrar me tienen que depositar en una cuenta diferente a cualquiera de las dos que ya tengo abiertas por razones que pueden ser en extremo válidas pero que a mí me arruinan la
cabeza y el ánimo de modo irreversible.

Entonces: me depositaron dinero en una de estas cuentas a medio usar, a la que no recurría desde el año pasado. Fui contenta a retirar mi dinero. ¡La ingenuidad! Cuando apareció la orden de teclear la clave alfabética en el cajero recurrí a la que creía era la correcta (error), repetí una que uso en otra cuenta (sé que no hay que hacer esto: error) y recibí la advertencia: si ingresa una tercera, la bloqueamos. Tomé valor, hice un esfuerzo mental desmesurado y me dije: es esta, sin duda. Segura
segura. Ingresé las tres letras. Error. Tarjeta inutilizada.

Sé perfectamente que cuando estas cosas pasan empieza un calvario pero mi primera reacción de defensa propia es decir: no puede ser tan difícil, la gente blanquea claves todo el tiempo.Ya sé que no tengo que acudir a ningún número telefónico porque las opciones no sirven nunca y gente que atienda no hay, eso ya no existe. Por fortuna tenía el contacto de la empleada que originalmente me abrió la cuenta y le escribí. Con mucha amabilidad y rapidez dijo: es fácil. Ingresá a banca internet (uso este término genérico porque no nombraré al banco: me tratan bien, el problema es el problema) con documento o usuario y clave. Tuve todos estos usuarios anotados alguna vez, otra prohibición, cuestión de seguridad elemental; cuando me puse paranoica decidí confiar en mi memoria y tiré la libreta de almacenera. ¡JA! Mi mejor amigo, más astuto en tech, me instaló una app de contraseñas, pero olvidé la contraseña para abrir dicha app de contraseñas, por supuesto. (La estoy usando de vuelta con mucha paciencia). Luego: seleccionar opción claves, elegir tarjeta de débito y validar todo con Token. (Me gusta que sea en mayúscula porque me hace acordar a Tolkien, once a nerd forever a nerd). Y listo, ya puedo ir a cualquier cajero a generar nueva clave.

Ah, le digo, pero no tengo Token. ¿Cómo saco mi Token? Eso es presencial, responde. ¿En cualquier sucursal?

Tiemblo y ruego que el mail no desaparezca o no sea contestado o cualquier otra intervención del Mal. La sucursal queda lejos, no tengo tiempo ni auto, todo puede volverse más tortuoso de lo que es si debo acercame a la locación original.

No, me dice. Eso sí, tenés que sacar turno.

¡El turno!

Tras más de un año de turnera bancaria pienso esto: sería buena sanitaria y humanamente y muy útil (evita las colas, otra entidad maligna) si funcionara mejor. No es el caso o yo tengo mala suerte (es posible). Hace tres meses intento sacarle un turno a mi madre que es muy viva y está actualizada y habla de diversidad y transfobia pero lo online le cuesta. Ingreso, uso sus claves, llego al pedido de turno en su sucursal (ella sí debe acudir a la original como si hubiese depositado lingotes, me están jodiendo) y, aunque la dirección figura, sencillamente el clic de turnos no funciona. Muerto. No cambia de color ni lleva a otra página. Ella afirma que la sucursal está abierta porque usa ese cajero. Pero no se puede sacar turno. Si, ya intentamos por teléfono. Le sugerí que haga un piquete, cosa de la que es muy capaz, pero también está agotada mentalmente. Su caso no tiene salida. No puede pedir turno en su sucursal y sólo puede ir a su sucursal. No, tampoco hay un cartel que indique otro destino posible, la página es el Abandonad Toda Esperanza de nuestra era. Si, ya probé en otras computadoras y en varios teléfonos.

Con ese antecedente temí lo peor. No fue fácil pero lo conseguí. Ya en sucursal hubo un poco de retraso a pesar de lo estricto de los horarios (cada 20 minutos) porque, según lo que pude entender, los clientes anteriores tenían entuertos de asombrosa complejidad en su resolución aunque sonaban sencillos cuando eran explicados. Si, se que en muchos casos se trata de evitar estafas, pavadas que se mandan muchos de los usuarios, errores y hasta movidas ilegales. La desolación es idéntica a pesar de explicaciones y motivos. Obtuve mi PIL, finalmente.Eso si: la empleada me aclaró que recién podría encontrarme con el dinero tres horas después porque se ve que los sistemas en estos casos tardan una barbaridad.

Días después –porque siempre hay segundas partes y siempre son malas o al menos nunca buenas-- tuve que hacerme de un Token para transferencias en otro banco y también presencial porque sí. El turno era por mensajería. Tienen un bot intratable que da 6 o 7 opciones para diferentes necesidades, a cada una de las cuales le corresponde un mail. O sea: un bot que quienes diseñaron no entienden para qué sirve, porque si se usa bot se arregla por ahí, no se deriva al mail. En fin. Cosas peores han pasado estos años.

Para obtener el Token, explica amablemente un empleado, debo bajarme una app del banco que me dará un número de seguridad. No tengo casi espacio en el teléfono, le digo. Pues borre algo, me indica, fastidioso. Yo no soy coleccionista ni de apps ni de stickers ni guardo muchas fotos pero borrar algo por insignificante que sea para dar espacio a una empresa me irrita sobremanera. Sé que es imposible discutir, sin embargo. Es asombroso con cuánta precisión destrozan la voluntad y la rebeldía, sin pausa y sin estridencias, sólo con un número más, una combinación de letras más, una confirmación más, un usuario más. Por supuesto mi primer intento no funciona pero lo logro sin demasiado sufrimiento o ya la anestesia es directo por vena. A mi lado, una persona más joven y todavía con espíritu discute con alguien. Le grita: por qué me citan a esta hora si la información la tienen después de las 13. Dejáme que te explique pero no me interrumpas dice la empleada a quien increpa, en mal tono, las dos están conteniendo la furia. Salgo de la sucursal y soy bañada en alcohol aunque ya no sirva y se sepa, pero lo acepto, como todo lo demás.

Por suerte, me digo, aún no tengo que recordar un código para entrar a mi casa, como le sucede a mi amiga V. que vive en París. Las veces que se lo olvidó al volver medio beoda son incontables, asegura. Una vez se fue a dormir a un hotel, por suerte tenía dinero encima. Me dirán, ¡pero es París! Y puede que tengan razón. Pero yo siento que no queda rincón sin usuario y contraseña.

(*)Para Página/12