La invasión de las mentiras
Hace veinte años, una coalición liderada por EE.UU. invadió Irak con el pretexto falso de las armas químicas. Millones de víctimas y desplazados, el auge del terrorismo, la fragmentación territorial, el colapso económico y la destrucción material del país son los únicos resultados visibles. Nunca se vio tan claro que el único objetivo eran los campos de petróleo y la desestabilización de Oriente Medio.
El 5 de febrero de 2003, el entonces Secretario de Estado, Colin Powell, mostraba ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas un frasquito en cuyo interior, aseguraba, estaba la prueba de que el gobierno de Saddam Hussein estaba desarrollando “armas químicas” en Irak. El alto funcionario de la Casa Blanca decía que en el recipiente había “esporas de Ántrax”; luego se supo que todo fue una puesta en escena para justificar la invasión a la nación árabe. El 20 de marzo de 2003, una coalición militar, liderada por Estados Unidos y apoyada por varios países aliados, pero sin el aval de la ONU, iniciaba los primeros bombardeos en territorio iraquí. El 9 de abril de ese año caía la capital, Bagdad, y junto con ella la principal estatua de su líder y presidente, Saddam Hussein, instalada en la plaza Firdos de la metrópolis. El 1 de mayo, el presidente norteamericano George W. Bush declaró la victoria sobre las fuerzas iraquíes desde la cubierta de un portaaviones. “El tirano ha caído; Irak es libre”, dijo el mandatario. El 30 de diciembre de 2006 colgaron a Saddam Hussein.
La gran farsa
Según el Center For Public Integrity, entre 2001 y 2003 la administración Bush hizo 935 declaraciones falsas sobre Irak para preparar la invasión. En marzo de 2005, Charles Duelfer, Consejero Especial del Director de la CIA, declaraba que -después de dieciocho meses- se daba por terminada la investigación sobre armas químicas en Irak y que nada se había encontrado.
Lo que sí es verdad, y pudo comprobarse, es que quienes acusaban a Irak de desarrollar armamentos prohibidos terminaron utilizando todo tipo de elementos no permitidos durante la invasión. El mismo Donald Rumsfeld, Secretario de Defensa de George Bush, se jactaba públicamente de que las Convenciones de Ginebra -cuyo propósito es proteger a las víctimas de los conflictos armados- no se aplicaban en el caso de Irak.
Walid Abdul Malik Ar-Ravi fue secretario del Ministerio de Defensa de Irak entre 1996 y 2003. Ante la consulta del canal ruso RT sobre qué tipo de armas, que mataron a tanta gente, usaron los estadounidenses, responde: “En tanques alcanzados, encontraron los cuerpos carbonizados de los miembros de la tripulación, pese a que los propios tanques no presentaban daños. Se dijo que se había utilizado algún tipo de bomba de acción limitada y de alta toxicidad”.
El catedrático en Biología Ayad Abdul Mohsen, explica: “entre las principales armas utilizadas en la guerra figuraban las municiones de uranio empobrecido, que tienen un impacto altamente negativo en todo el sistema ecológico. El peligro proviene de la inhalación del polvo contaminado que permanece en el suelo. La consecuencia más peligrosa es el cáncer de la sangre y eso lo hemos visto en niños del sur de Irak”.
Asimismo, el fósforo blanco utilizado por los norteamericanos mató a numerosos civiles y sigue generando problemas de salud, aún hoy. En Faluya, donde bombardearon con ese químico, la tasa de nacimientos defectuosos es quince veces más alta que la media registrada en Europa.
Igualmente pasó con el empleo de bombas MK-77, que es casi lo mismo que hablar del napalm, el químico empleado por Estados Unidos durante su invasión a Vietnam. Las imágenes de militares norteamericanos sonriendo mientras torturaban a prisioneros iraquíes es otra postal del comportamiento despiadado de los invasores.
Acomodando el discurso
Es asombroso comparar lo que declaraban los gobernantes norteamericanos -y sus aliados- antes de la invasión y lo que dijeron varios años después sobre el mismo punto. Decía George W. Bush en 2003: “El dictador de Irak y sus armas de destrucción masiva son una amenaza para la seguridad de los pueblos libres”. El mismo personaje declaraba en 2008: “El mayor arrepentimiento de toda la presidencia tiene que haber sido el error de la inteligencia en Irak”.
“No tengo ninguna duda de que encontrarán evidencia clara de las armas de destrucción masiva”, afirmaba Tony Blair, Primer Ministro del Reino Unido, en 2003. En 2015 decía: “Me disculpo por el hecho de que la inteligencia que recibimos fue incorrecta”. “Todos sabemos que Saddam Hussein tiene armas químicas”, vociferaba José María Aznar, presidente de España, en 2003. En 2007 manifestaba: “En Irak no había armas de destrucción masiva. Yo lo sé ahora, pero antes no lo sabía”.
Solo sufrimiento
La avaricia estadounidense por hacerse del petróleo iraquí e instalarse fuertemente en Oriente Medio han llevado una sarta de calamidades para el pueblo iraquí que no terminaron con la retirada de las tropas estadounidenses, el 18 de diciembre de 2011. El caos sembrado por la ocupación permanece hasta hoy en un país en el que -según datos de las Naciones Unidas- más de cuatro millones de personas se vieron obligadas a migrar por la invasión. Otras fuentes hablan de dos millones de muertos y siete millones de desplazados que huyeron de las tropas estadounidenses primero, y después de los extremistas del Estado Islámico, otro “logro” de la ocupación.