En el nombre del padre

Por Federico T.M. Storani

 

Hoy 13 de julio, mi padre Conrado Hugo Storani cumpliría 100 años.

No haré un recorrido de su obra ni un homenaje político. Intentaré la semblanza de un hombre dedicado a la política por vocación y pasión.

Empiezo por decir que, en contra de la corriente, el trece, era su número de suerte. Primera pista que aproxima a vislumbrar una personalidad optimista y mientras esto escribo asocio de inmediato la expresión ¡fantástico! que surgía de su vozarrón cascado por miles de mitines y tabaco, con la sonoridad y la actitud física de acometer desafíos y proyectos. Tenía con qué. Dotado de una extraordinaria memoria las matemáticas y los números eran para él un entretenimiento creativo. Muchos pensaban que era ingeniero e ignoraban que su profesión era médico cirujano especializado en traumatología y ortopedia.

En sus inicios como médico la especialización era un detalle casi decorativo. Radicado en Hernando, provincia de Córdoba, fue un todo terreno que las necesidades y urgencias demandaban. Desde enyesar para curar fracturas, sacar muelas hasta asistir partos. Mi hermana Julia y yo nacimos en la cama matrimonial con mi padre de ayudante de la partera del pueblo.

Amó su profesión, pero se enamoró de la energía que derramaba. Estudió profundamente la política energética mundial y nacional y la sintetizó en “palanca de desarrollo” lema que adoptó como funcionario.

Su territorio fueron “los polvorientos caminos de la patria” al decir de Ricardo Balbín. En su vida recorrió incansable cada pueblo y ciudad de todas las provincias en los cuales dejó y atesoró recuerdos, pero hay uno especial que el mundo mira con admiración y frecuencia y es aquel instante en el que “el Diego” levanta la Copa del 86. El mundo revive ese momento de gloria. Mis hermanos y yo vemos a mi papá con una sonrisa que brilla como la copa capturando el momento triunfal. Tan triunfal como el poema “La marcha triunfal” de Rubén Darío o “La marcha triunfal” de la ópera Aída de Verdi que aprendimos y escuchamos en la casa de nuestros abuelos paternos de orgullosa ascendencia italiana.

Excelso pianista de oído prodigioso formó su orquesta y grabó discos de tango y jazz. Puso cara “rara” cuando por primera vez escuchó “twist and shout” (twist y gritos) de los Beatles y poco tiempo después lo vi llegar con un longplay de la Banda bajo el brazo, sentarse al piano y ejecutar Michelle, versión embellecida por variantes propias. El espíritu progresista siempre predominaba.

Pienso que su alma fue en parte cercenada cuando le amputaron algunas falanges de sus dedos para impedir que el mal avance y ya no pudo “tocar” como antes. Facturas que le pasaron años de exposición a rayos y radiografías en condiciones precarias…pero al servicio del prójimo siempre.

Enseñanzas miles que al fin y al cabo forjaron una filosofía de vida, “un modo de ser”. Relato una ejemplificativa por sus abarcativas aristas: cursaba segundo año del colegio nacional de Río Cuarto y fui seguramente bien amonestado por mala conducta. Debía llevar firmada por mí “padre, tutor o encargado” jaja la respectiva planilla. Falsifiqué burdamente su firma lo que fue fácilmente advertido. Las autoridades del colegio nos citaron de manera conjunta. Estaba apichonado mientras el rector se regodeaba por anticipado ante mi inminente humillación. Exhibió la planilla con el garabato estampado e interrogó con voz de ocasión “¿es su firma, doctor?”. “Sí, es mi firma”. Atronó el vozarrón. El rector insistió y recibió punzante respuesta interrogativa “¿usted no me va a decir como firmo yo?” La módica inquisición había concluido, pero todavía me duelen las patadas en el culo posteriores.

Aprendí educación severa e inculcación de valores. Lealtad siempre, buchón nunca, menos aún con complicidad para humillar. Tan profundo y tan simple.

Mi padre fue un hombre íntegro que abrazó la política con pasión y cultivó el arte del diálogo para construir futuro aun con sus más duros adversarios sin por ello perder valores ni identidad.

Su trayectoria fue muy vasta. Militante universitario reformista, legislador nacional en varios períodos, secretario de estado y ministro de los gobiernos de Arturo Illia y de Raúl Alfonsín.

Sobre su enorme obra otros se han ocupado y lo harán en el futuro con mayor sapiencia. Soy uno de sus ocho hijos, escribió libros y tal vez haya plantado algunos árboles. Lo que es seguro es que sembró con sentido patriótico.

En mi vida he tenido guías, maestros y ejemplos, pero he tenido un padre político: mi padre Conrado Hugo Storani. A cien años de su natalicio “en el nombre del padre”.