domingo. 22.12.2024

El Movimiento Campesino de Santiago del Estero es un ejemplo de paciencia, conciencia y perseverancia. En el Día Internacional de la Lucha Campesina, la reconstrucción de su fundación en la voz de uno de sus referentes históricos, Lucho Catán echa luz sobre una de las organizaciones más importantes de la ruralidad comunitaria de nuestro país.

 

“Vivo en Los Juríes, pero soy y seré siempre de Lote 40”, dice Lucho Catán, desde el otro lado de la línea telefónica, en la mañana del 9 de abril de 2022. Minutos antes estaba con gente y cargando el celu, no había podido escuchar las primeras llamadas, pero ahora Lucho recuerda y dice:

Lote 40 es un paraje rural, a 30 kilómetros de Los Juríes, al sur de la provincia de Santiago del Estero, cerca del límite con las provincias de Santa Fe y Chaco. Allí Lucho nació y vivió su infancia y juventud, antes de conocer al cura Roberto Killmate y a su hermano de militancia Zenón “Chuca” Ledesma y, por supuesto, antes de convertirse en uno de los fundadores y referentes del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE) a principios de los años 90.

Allí, en el Lote 40, los padres de Lucho tenían una quinta, aunque era tan chica que no llegaba a ser ni una cuarta. Eran agricultores y se dedicaban al ganado menor, tenían vacas, ovejas, cabras, chanchos y aves de granja. 

La mamá hablaba mucho, era medio cascarrabias, se dedicaba a la panadería artesanal. Hacía pan casero, pan dulce, pasteles, empanadillas, y los vendía en eventos. El papá, que no era el padre biológico de Lucho, era tranquilo e introvertido. Agricultor y artesano, muy hábil, se destacaba como alambrador y pocero. También hacía masajes y ponía inyecciones, pero no cobraba nada por eso. Era muy respetado en el pueblo y no se prendía en ninguna gresca. Al principio la familia estaba integrada por dos hermanas y un hermano, luego se sumaron dos chiquitos adoptados, a quienes se les había muerto la madre en el campo.

La infancia fue difícil, pero nunca tuvieron hambre. Los guisos, en la olla de fierro, cocinados a leña, eran tan nutritivos que después de comerlos podías andar uno o dos días seguidos sin volver a probar un bocado. De la quinta cosechaban zapallo, calabaza, choclo, y los hacían al rescoldo, cociéndose sobre las cenizas calientes. Lo más rico de todo era el olor de la batata cocida en el horno.

Todo ese mundo comenzó a cambiar bajo la última dictadura. En 1978, un supuesto grupo de especialistas llegó al Lote 40, decían que iban a realizar el Censo Nacional Agropecuario. Reunieron a todas las familias del paraje y arrancaron con las preguntas y les hicieron firmar las respuestas. Los papás de Lucho y la gran mayoría del resto de los vecinos tenían primer grado completo. Al poco tiempo descubrieron la verdad: los documentos que habían firmado no pertenecían a ningún censo y los censistas no eran censistas sino abogados que buscaban desocupar los lotes para vender la mitad de las ocho mil hectáreas del Lote 40 a un grupo empresario. Tenían el aval de la polícia y los jueces. Empezaron a cobrarles un contrato de arrendamiento. Y si no tenían la plata, les sacaban dos o tres chivos, o un ternero. Cada uno de los que vivía en un lote creía que pagando el arrendamiento estaba dentro de la ley, pero, en realidad, con aquel supuesto censo las familias campesinas habían firmado sus propias órdenes de desalojo.

Las familias comenzaron a migrar, se desmembraban. Con ayuda de la policía, los matones les secuestraban la leña, los postes de quebracho colorado, el carbón. Pasaron a tener sólo 27 hectáreas, cuando la unidad mínima de sobrevivencia eran 100 hectáreas. Y tuvieron que deshacerse del ganado menor. Antes de que los echaran tenían 65 vacas; las perdieron casi todas.
El dios de nosotros
Cómo no se va a acordar Lucho de ese gringo de ojos celestes. 

A principios de los años ochenta llegó un cura gauchito a esas tierras. Roberto Killmeate había nacido el 28 de marzo de 1947, en Mercedes, provincia de Buenos Aires. A los 17 años se fue a estudiar Derecho a la Capital Federal, pero al conocer el Documento de Medellín con las resoluciones de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de 1968, se integró al Seminario de los Padres Palotinos. En 1976, se salvó de ser uno de los sacerdotes asesinados en la Masacre de San Patricio, había viajado un tiempo antes a Colombia por motivos de estudio. Luego se exilió en Roma, volvió, se ordenó como sacerdote, creó una cooperativa de autoconstrucción de viviendas, se ganó el malestar de la cúpula eclesial y fue enviado a Santiago del Estero como “castigo”. De ahí también lo echaron, pero eso fue después.

Los campesinos estaban cansados de los sacerdotes que no salían de la iglesia. Pero Bob era distinto. Daba misa en escuelas rurales, decía que la palabra de Dios tenía que ir a todos los lugares. Pronto se encontró con un grupo de familias que habían sido desalojadas de los Lotes 9 y 15 y vivían desamparadas en la plaza de Tomas Young, a unos veinte kilómetros de Los Juríes. El cura no se quedó de brazos cruzados y se contactó con el Instituto de Cultura Popular (INCUPO), una organización que trabajaba en la formación y acompañamiento de las familias campesinas en Añatuya y otros lugares de la provincia. Contrataron un grupo de abogados y lograron que las familias recuperen la posesión de las tierras por vía judicial.

Esa gesta comenzó a circular de boca en boca y llegó a los oídos de las familias de Lote 40. Hasta ese momento, si Lucho veía un cura, se cruzaba de vereda. Pero le dijeron que Killmeate era distinto, se vestía como ellos, no andaba de sotana todo el día. Así que decidió encararlo, con la compañía de su hermana. En la escuela los miraban mal, como carne de cogote. Pero el cura los atendió y les dijo que sí, que por supuesto que iba a ir a verlos. Que pusieran fecha, hora y lugar.

Y ellos volvieron con la buena nueva, pero el resto se burlaba de Lucho y de la hermana. “Qué va a venir el cura, si ustedes son dos cuatro de copas”, les decían. El sacerdote llegó a la fecha y a la hora convenida. Y se reunieron 15 de las 45 familias que quedaban en la zona. El cura les decía que eran los dueños de la tierra. “Nosotros trabajamos nomás”, contestaban algunos de los mayores. “Qué vamos a ser dueños, si pagamos un arrendamiento”, decían otros. Y Bob (porque a esa altura ya era Bob) insistía: “No, ustedes son los poseedores”.

Las familias se desgastaban en discusiones estériles. Pero comenzaron a capacitarse, Killmeate creó un equipo parroquial y el programa de Promoción Integral Campesina (PROINCA). Y después, formaron comisiones vecinales y luego, la Comisión Central de Campesinos. Hoy entre los vecinos hablás del padre Roberto y se pianta un lagrimón, porque la llegada del padre Bob representó el principio del alzamiento de la voz de los campesinos. “Entendimos que era nuestro, el cura era el Dios de nosotros”, dice Lucho y su voz se entrecorta en este ya mediodía del 9 de abril de 2022.
El hermano Chuca
El 4 de agosto de 1990 se conformó el Movimiento Campesino de Santiago del Estero, más conocido luego como el MOCASE, en una asamblea realizada en Quimilí, departamento de Moreno, Santiago del Estero. Zenón “Chuca” Ledesma, de Los Juríes, fue elegido como su primer presidente. Lucho fue otro de los fundadores y referentes de la organización.

Chuca Ledesma era el hermano, el compañero, el líder. Era una persona como todos ellos, que venía del medio del monte. Tenía mucho equilibrio para manejarse, jamás golpeaba la mesa para hacerse escuchar, siempre buscaba la mejor palabra para no herir a los otros compañeros.

Lucho aprendió de Chuca que nunca había que levantarse de una reunión, ni aunque los echaran. Como ocurrió una vez con un obispo, que les dijo que se vayan de la casa diocesana. Pero Zenón dijo que no, insistía en que había que regar la plantita para que la organización creciera. “Tenemos que ser el agua de las plantas”, les explicaba.

Chuca murió joven, el 13 de enero de 2001. Había quedado viudo cinco años antes por un accidente casero. Y luego se fue él, víctima del mal de Chagas. Antes le habían ofrecido darle el título de propiedad, a cambio de que renunciara a la organización. Pero Chuca les dijo que no, que de ninguna manera, que era para todos o para ninguno.

Lucho recuerda que habían estado juntos poco antes de su muerte. Y Chuca le decía que iba a pasar algo pronto, que los campesinos iban a arreglar los problemas de la tierra. Pero Lucho le respondía que eso era una utopía. “Será todas las pías que quieras, pero van a proponer un acuerdo”, insistía.

Al poco tiempo eso ocurrió: les reconocieron el título de propiedad por la ley de posesión veinteañal. “Gracias a Zenón hoy la gente vive en su campo, con su escritura, con su casita hecha con material. Gracias a Zenón y al trabajo de la organización”, dice Lucho y agrega: “Chuca es de esas personas que pasan por la vida y dejan muchas cosas”.

En esa mañana del 9 de abril de 2022, Catán dice que no se cree superior a nadie, pero tampoco inferior a nadie. “Vivo en Los Juríes, pero soy y seré siempre de Lote 40”, afirma poco antes de cortar. 

Lucho Catán murió en marzo de este 2023. 

 

(*)Para Revista Haroldo, compartida gentilmente con Cuatro Palabras. 

 

Que esta tierra es de nosotros