La sequía y vivir con el problema
Estamos viviendo entre ruinas. Tenemos que explorar las ruinas que se han transformado en nuestro hogar colectivo, es decir, qué coexistencias posibles hay dentro de la turbulencia medioambiental. Lo dice Donna Haraway. También escribe una maraña de términos indescifrables, generados por ella misma. Pero tiene un punto.
El cambio climático existe. Aunque cuente con voces negacionistas, está produciendo un recrudecimiento de los extremos: sequías y tormentas más severas, violentas. Las pruebas, en los campos ocres de la pampa sojera. Y son las recetas del agronegocio, las falsas soluciones, la ciencia al servicio de las grandes empresas, las que nos impulsan al precipicio.
La científica y escritora Donna Haraway considera que el daño al planeta es irreversible y que la cura sólo puede ser parcial. Lo hace en su libro Seguir con el problema, donde propone una manera distinta de mirar la vida y de desarrollar nuevas formas de relación con otros, para revitalizar un planeta devastado por el capitalismo. Propone cómo vivir en convivencia con un planeta que se va al carajo. Ese problema, el gran problema, requiere -según Haraway- de múltiples simbiosis entre las distintas especies que lo habitamos, una interdependencia mutua, no exenta de conflictos.
El libro es un escándalo, prodigioso, pero inaccesible. Se rescatan nociones creadas por la autora para empezar desde este punto de casi no retorno de la transgénesis, de la tierra resquebrajada, de los niños enfermos, de los pueblos fumigados, del agua contaminada, de pérdidas invaluables: cómo salir de acá. Haraway considera que es todo el paradigma económico vigente lo que configura la amenaza a la estabilidad ecológica. Y propone un nombre “para pensar otro lugar y otro tiempo que fue, aún es y podría llegar a ser”. Lo llama Chthuluceno, un sustantivo compuesto por dos raíces griegas que “juntas nombran un tipo de espacio-tiempo para aprender a seguir con el problema de vivir y morir con respons-habilidad en una tierra dañada”.
Los agrotóxicos matan. Arrasan con todo bajo el paradigma del rendimiento y la prosperidad. Pero el entorno pasa factura. Los seres humanos no somos los únicos actores importantes y, en ese sentido, lo que propone Haraway es una red tentacular multiespecie. “Nos necesitamos recíprocamente en colaboraciones y combinaciones inesperadas, en pilas de compost caliente. Devenimos-con de manera recíproca o no devenimos en absoluto”, dice.
En esas combinaciones importa qué historias contamos para contar otras historias, importa qué conocimientos se conocen. Qué mundos mundializan mundos. Porque el problema persiste y lo que se requiere es, según Haraway, aprender a estar verdaderamente presentes, “no como un eje que se esfuma entre pasados horribles y futuros apocalípticos, sino como bichos mortales entrelazados en miríadas de configuraciones inacabadas de lugares, tiempos, materias, significados”.
Estamos viviendo entre ruinas. Tenemos que explorar las ruinas que se han transformado en nuestro hogar colectivo, es decir, qué coexistencias posibles hay dentro de la turbulencia medioambiental: “Muchos seres, muchos bichos, configuran el mundo, aunque muchas veces no seamos conscientes”.