“La vida en el barrio era maravillosa”
La historia de un pueblo se inscribe en la historia de un barrio, de una y varias familias. La reconstrucción del pasado por los vecinos recupera algo de identidad local, lo que fuimos, lo que la ciudad pudo ser. Etelia Piyino narra la historia del Hotel Italia: sus primeros dueños, el restaurante del pueblo, la edificación del barrio, sus niños, los lazos comunitarios que les permitieron crecer. Todo está guardado en su memoria y en su archivo personal que comparte con Cuatro Palabras.
Por Martina Dentella
Con un gesto de archivista, Etelia despliega recortes de diarios, cartas, fotos, anotaciones varias, agua y bombones sobre la mesa. Va y viene con las fechas: del pasado cercano al presente, y luego a su infancia. Lo revive. Todo está anotado. Eso le permite llevar un registro cronológico y perfecto de la historia de su barrio, de su casa, de su familia.
A doble página, un diario local escribe la historia de la reinauguración del Hotel Familiar, en los años sesenta. Dice que en el 53 un golpe acecha a la firma con la muerte de su propietario, Juan Bautista Piyino, y que desde esa fecha, su compañera, “admirable luchadora” toma las riendas de su negocio y sigue adelante. Dice, además, que la acompañan en la pelea sus hijos: Atilio y Etelia. Ella revisa los papeles y decide empezar por los ochenta, con un block de hojas y la necesidad de dejar todo asentado.
-Armaba el matecito, me sentaba y empezaba a escribir, a escribir, a escribir. Habíamos puesto una bombonería muy linda, acá a la vuelta. Porque las chicas se habían recibido, la segunda, Liliana, nadie le daba trabajo. “Con el hotel que tienen y venís a pedir trabajo”, le decían. Pero yo le dije, “no te hagas problema, tenemos un local desocupado y vamos a poner un negocio”. Mientras que no sea ropa, vos poné lo que quieras. Porque si es ropa me la voy a pasar cosiendo: no puedo ver un vestido colgado quince días porque lo voy a estar transformando. Me gustaba mucho coser. “¿Sabés qué vamos a poner?: una bombonería. Para vender de todo, un stock de caramelos, bombones, licores, café, vamos a conseguir una máquina…”.
El local duró ocho años hasta que a Liliana le dieron la titularidad de docente.
-¿Funcionaba bien?
Sí. Habíamos puesto todo. Los muebles le quedaron íntegros para amueblar la casa de ella.
-¿En qué año?
- Habrá sido en los ochenta. Era linda, lindísima. Pero éramos nuevos, novatos. Estaba divina. Yo digo divina porque pobre mi marido, le había hecho todos los muebles, de madera de pino todo rústico. Las nenas decían “Abuela, poné otra, así atendemos nosotras”. Era hermosa, linda, linda. Bueno, se había tapizado, empapelado, de acuerdo a lo que era la bombonería, todo en escocés… Linda. Ahora no me acuerdo lo que estaba diciendo…
Que le había dado por escribir. Pasaba las tardes atendiendo, se hacía un cafecito, una taza y otra taza, sacaba el block y empezaba a escribir.
-Empecé a escribir la historia de toda esta casa, desde el año que llegaron mis padres en 1936. Lo escribí con tanto amor. Mi papá de Palazzolo, del norte de Italia y mi mamá de Génova. Mi mamá había venido muy chiquita acá a la Argentina, y mi papá no, vino a los 20 años después de la Guerra.
-¿La Primera?
-La Primera Guerra, sí. Como ya habían perdido un hermano, mis abuelos vivían en un sobresótano, otro sótano más abajo. Pobres santos. Tengo fotos también. Los mandaron a todos en grupos y vinieron a ocupar Chacabuco. Llegaron acá y empezaron a formar su familia. Yo soy muy memoriosa.
-¿Quién puso el Hotel?
-El Hotel lo pusieron mi papá y mi mamá.
Ya estaban casados. A los nueve meses nació Atilio, el primer hijo de la pareja. Su papá fue cocinero en el Hotel Central. A dos cuadras del Italia. Pero al poco tiempo instaló un restaurante al lado de la planta de Molinos Río de la Plata, sobre la avenida Saavedra.
-Lo primero que hizo fue la cancha de bochas. A la tarde, a las seis, ya se le llenaba. Y él tenía la costumbre italiana de preparar la cena temprano, entrando el atardecer, cuando oscurecía un poquito. Si era verano, cerraba ese restaurante a las doce de la noche y en invierno a las diez. Así iba creciendo, y le gustaba ir actualizándose.
El primero que faltó fue su papá. Su mamá, una señora de mucha fuerza, de mucha energía y dos hijos de 17 y 15 años, continuó con el negocio.
-Se levantó una mañana, abrió las puertas y empezó a trabajar y a trabajar. Volvemos. El hotel se compró en el año 1936.
-¿Estaba construído?
-Sí. Pero era un hotel viejo, sería del 1900. Ahora te voy a enseñar las fotos. Ya se llamaba Hotel Italia. Yo crecía viendo que, con la evolución de Chacabuco, iban haciendo más reformas. Lo iban actualizando. Y a mi mamá que le gustaba coser, le ponía las cortinas con telas crudas, blancas y le bordaba todo con aplicaciones, las letras Hotel Italia, tipo góticas.
El barrio construía lazos sólidos. Una familia puertas afuera, pujante. Dos vecinos salieron de garantía para que la familia pudiera comprar la esquina. Enfrente todavía funcionaba el depósito de la distribuidora de chocolates Aguila, Helados Laponia, caramelos Butter Toffee.
-Acá venía a parar la gente de Buenos Aires, de la distribuidora. Cargaban y se iban. Venían los Rapaso, con una camioneta así… Vendían cubiertas. Llegaban, se quedaban dos días y se iban. Y era la novedad ver esa camioneta parada en la esquina. Después la gente de campo empezó a comprar autos. Porque antes de eso estaban las caballerizas. Que era para guardar los caballos, bañarlos…
-¿Dónde estaban ubicadas?
-Acá, sobre la San Juan. Terminaba allá a media cuadra, donde ahora está la casa de mi cuñada. Y venían con los bretes, tenían unos bretes todos tapizados… Nos encantaba porque era una fiesta. Jugábamos con mis amigas que eran todas del barrio. Estaban Zulema, Zulma, Teresita ¿Y qué más te puedo contar?
-¿Cómo era el barrio cuando vos eras chica?
-El barrio, cuando yo era chica, era genial. Porque comenzaba en la esquina de la Farmacia Palá. Vivía una familia que tenía tres hijos varones y una hija. Enfrente, la vinería Falasco, la primitiva, después se fueron. Luego un almacén. La cuadra era toda comercial. A la tarde todos se arreglaban, muchas señoras sacaban los sillones, se sentaban en la puerta… Y todos venían a jugar a las cartas. Llegaban del campo los D´Elía, y otros. ¡Uuh, dios querido! ¡Me olvidé, también el kiosco TC! ¡Y esos carnavales inolvidables! Abuelos, padres, hijos, todos a jugar y correr por la calle. Todo fue lindo. Hermoso.
Otro de los hits del barrio fue el restaurante del Hotel: funcionaba tan bien que debían trabajar con turnos. Dos al mediodía. Cocina casera y abundante. “Todos venían a almorzar acá. Sabían que a cualquier hora que llegaran iban a encontrar milanesas con papa fritas”, dice.
-El Hotel trabajaba bien y le habíamos puesto una confitería linda, grande… Y ya basta. Las chicas se venían grandes y había que dejar de trabajar tanto.
Repasa. Piensa. Chacabuco perdió el aire de prosperidad, la llama pujante. Había varias fábricas, los hoteles estaban siempre llenos. “¡Y el movimiento! Porque a las once de la mañana tocaba el pito y salían la cantidad de bicicletas, de gente que se iban a comer a todos lados. La planta de Molinos, la Confitería San Martín, una tienda enfrente, al lado del Colegio Parroquial. Y de ahí nomás salían tres, cuatro o cinco empleados. Mucha fuente de trabajo había. Y eso se fue borrando y la gente se hacía un local en la casa y no salían más a trabajar afuera”, dice.
Los horarios comerciales también cambiaron. Los locales funcionaban de ocho a doce y de dos a seis o siete.
-Eso era maravilloso. Con la pandemia volvieron esos horarios y no sé por qué no vuelven, porque ahora estás esperando la noche, los estacionamientos, hay un cambio de ritmo. No disfrutás nada. En cambio antes vos te hacías las compras una vez o al mediodía salías y estaba todo bien.
Repasa los recortes sobre la mesa. Ofrece seguir buscando recortes y archivos para un próximo encuentro.
-Yo todo lo que te conté, más o menos, es lo que viví desde el principio. Recorrimos todo el barrio y no pudimos sacar conclusiones. Muchas costumbres cambiaron, se perdieron. Una lástima.